Wenas a tos! Como la gente pide un post nuevo, pues lo pongo yo. Esta vez, vamos a cambiar el tono del blog, vamos a hacerlo un poco más reflexivo. Al más puro estilo de la emperatriz penca, he creado mi propia historia sobre lo que me imaginé yo cuando me contaron lo del autobús que lloraba. Espero que os guste.
Alegoría del autobús que lloraba
Había una vez un pequeño autobús que solía ser utilizado para recorrer grandes distancias. Recogía a la gente en una localidad y avanzaba cientos de kilómetros, llevando a sus pasajeros a una región bastante lejana.
Un día, en uno de sus descansos, estando en el aparcamiento junto al resto de autocares, un autobús veterano se dio cuenta de que nuestro pequeño amigo estaba llorando desconsoladamente. Se acercó hasta él y le preguntó:
- ¿Por qué lloras, autobusito?
- Porque mi vida es un continuo tormento –le contestó.
- ¿Y por qué piensas eso, si puede saberse? El resto de autobuses se muestran muy contentos. Ríen y se divierten contando las aventuras que acontecen en sus viajes…¿qué es lo que te pasa, muchachito? – preguntó el anciano.
- Verá, señor –comenzó a explicar el pequeño autobús-, cada dos días me veo obligado a emprender un viaje que me llena de desolación. Tengo que recorrer 800 kilómetros, llevando y trayendo pasajeros desde un lugar bastante lejano. Cada vez que parto, se me encoge el motor al observar las despedidas de la gente. No puedo soportar sus caras de tristeza y resignación, y me siento realmente mal por apartarles de la cercanía de sus seres queridos. No hago más que pensar en la distancia que les separa por mi culpa. Y es por eso por lo que lloro, señor, porque no soporto las despedidas, y en parte me siento culpable por separar a las personas. Y cada viaje me deprimo un poco más, porque esas imágenes no dejan de amartillar mi cabeza.
- ¡Ay, pequeño autobusito! – replicó el autobús anciano - ¿Es sólo por eso por lo que lloras? ¿Acaso no te has parado a mirar nunca la otra perspectiva? ¿No te has fijado en las bienvenidas de la gente, en sus caras de alegría al poder abrazar a sus amigos y familiares o en sus caras de asombro al contemplar la belleza del nuevo lugar que visitan? Comparto contigo el dolor que suponen las despedidas, pero has de ser consciente de que en cada viaje que tú realizas, la gente que transportas gana mucho más que lo que pierde, y disfruta bastante más que lo que sufre. He ahí tu grandiosidad y tu importancia, porque en cada viaje que realizas, les acercas un poco más a la felicidad.
Al oír las palabras del autobús anciano, el pequeño autobús comenzó a reflexionar. Pronto le vinieron a la mente las caras de alegría y satisfacción de sus pasajeros al reencontrase con sus lugares y seres queridos, y los gestos de fascinación de las personas al admirar el paisaje novedoso de su destino. Se dio cuenta de que había estado durante tiempo lamentándose por un dolor que no le correspondía. Que una simple pena le había aturdido hasta el punto de no dejarle ver la magnitud de otras cosas que pasaban a su alrededor.
A partir de aquel día, el autobús se fijó más en lo que acontecía y vio que su mundo no era tan negro como él lo había pintado. Aprendió a distinguir otros colores y a valorar las penas y alegrías en su justa medida. A partir de aquel día, el autobús empezó a ser feliz.
Homenaje a todos los que disfrutan creando y leyendo pequeñas historias. En especial, a Mariolín, cuya ingenuidad e ingenio hicieron que se le saltaran las lágrimas al imaginarse su pequeño autobús.